Isabel Sanfeliu 1,2
Clínica y Análisis Grupal -
1987 - Nº 45
Resumen
Un embarazo de la autora desencadena en sus pacientes las manifestaciones que se recogen, analizadas en este trabajo. Cómo incide en la relación transferencial (qué potencia, qué modifica... de qué manera incluirlo en el análisis...) son algunas de las cuestiones que se plantean.
From a pregnancy on wards of the author, multiples manifestations appear in her patients wich are gathered together and analysed in this work. How they influence the transferential relationship, how to include in the analysis... these are some of the questions that arise.
Resume
Une grossesse de l’auteur éveille en ses patients des impressions diverses qui sont recueillies et analysées dans ce travail. Comment la grossesse determine la relation transferentielle, coment l’inclure dans l’analyse. Voilà quelques-unes des questions qui nous sont posées.
Palabras clave: Transferencia. Regresión. Identificación. Simbolo.
Key words: Transference. Regression. Identification. Symbol.
Mots clés: Transfert. Regression. Identification,. Symbole.
A mis pequeños
colaboradores: Pablo, Laura y Miguel
Terapeuta depositario, barro modelado por el
paciente. El barro cobra vida, crece y estalla, impone su presencia, está ahí,
con su vida que le es propia. Avalancha de nuevas sensaciones, nuevos
recuerdos, nuevas depositaciones. Pero una y otra vez el barro, descarado, hace
más y más patente que algo late independientemente en él. Son nueve meses de
especial intensidad en el tratamiento. Durante este tiempo, el juego
transferencia-contratransferencia cobra un ritmo vertiginoso, impregnado
continuamente el relato del paciente.
Durante mi último embarazo,
tenía en tratamiento a trece pacientes. Para ellos supuso la inclusión de un
potente catalizador que provocó las manifestaciones que recojo en este trabajo.
El hecho de tratarse de mi tercer hijo, me ayudó a distanciarme de mis
sensaciones internas, a instrumentarlas, para mejor “escuchar” al paciente.
Dejó más libre mi atención flotante.
Un embarazo posee la
inexorable irracionalidad que se resume en la intrusión de un objeto no
previamente pactado en el contrato y que, sin embargo, es una futura historia
y, a la vez, el representante más arcaico que imaginarse pueda en una sesión
analítica. Un nuevo tercero, real e imaginario, impuso su presencia entre
nosotros, y con él despertaron viejos y olvidados fantasmas cobrando renovada
vigencia las grandes pasiones, los grandes mitos d la humanidad.
La figura del terapeuta nos
remite en alguna medida al animal totémico: sagrado, tabú, espíritu protector,
envidiado y deseado, todopoderoso, omnipotente e inaccesible desde el momento
en que se aceptan sus leyes, con sucesivas significaciones a lo largo del tratamiento,
como Dios y como víctima. Surgirán tabús para proteger y preservar la relación
terapéutica. Reemplazado el parentesco de sangre por el totémico, se impone el
tabú del incesto (impulso natural que “necesita” ser prohibido por la ley).
Este surge como transacción entre tendencias en conflicto, “frente al acto
prohibido a cuya realización impulsa una enérgica tendencia localizada en el
inconsciente” [3]. El terapeuta
es más sagrado que nunca si recordamos con Freud que “lo sacro es el resultado
de reprimir la posible libertad para con el otro y de anular las conductas
perversas”, como diría a su amigo Fliess.
Cuanto mayor sea la
ambivalencia, mayor fuerza tendrá el tabú. Nunca habrá tabús en la divalencia,
en este caso, lo omiso provoca el pánico y lo amable la apoteosis del placer,
en dos historias que nunca se articulan entre sí, por eso el delirio, por eso
la angustia psicótica.
Dos posibilidades se abren
ante el manto sagrado que encubre la lucha irracional de las pulsiones cuando
el paciente se enfrenta al feto intruso que es, a la vez, excrecencia
simbiótica del terapeuta: ser observado por un niño, ser desplazado por un
niño, un niño como expresión del desdoblamiento entre lo arcaico y lo actual
del paciente. Estas posibles fantasías darán origen a dos tipos de tendencias
en los pacientes: una más arcaica, más angustiante, más regresiva, en la que el
feto, como “alter ego”sufre los avatares que aquel desea y teme para sí; es la
construcción preedípica propia del psicótico o de aquel paciente que en un
estado avanzado del análisis, o merced a la fuerza que aporta la escena de la
preñez, ha regresado a esas condiciones fundantes de su personalidad.
El otro gran supuesto, es la
negación de aquellos aspectos desvalidos de él mismo que le permitirían el
reencuentro con lo preedípico; en este caso, la identificación se realiza a
expensas de sujetos intermediarios: fantasías de “embarazar a la terapeuta”, de
“estar embarazada-embarazado como ella”. Es la versión edípica elaborada con
las ansiedades que antes vimos en estado más puro. En este último caso, un otro
intangible fue el autor del embarazo, y la fantasía bascula entre la
identificación y el sometimiento a él, ser padre o recibir la simiente del
padre.
No presento historias
clínicas, sino los fragmentos de psicoterapia o psicoanálisis (una u otro en
función de la indicación) más directamente relacionados con el tema que
pretendemos analizar. Esto, restando perspectiva a cada caso, permite preservar
en mayor medida el anonimato.
Veamos la casuística:
Adolescentes
Señalo algunos aspectos
globales:
-
El embarazo puede ser utilizado como objeto
intermediario para llegar al oculto mundo de la terapeuta. Voyerismo: mi
sexualidad práctica frente a sus frustraciones (todos son vírgenes).
-
- Fantasías de paternidad desde el empuje de sus
pulsiones y crecimiento de defensas.
-
Su cuerpo también se está transformando y cuesta
percibir los cambios del otro.
-
Renacen los celos con los hermanos. Cuando me vivía, en
alguna medida, en exclusiva, surge, ¡también ahí!, el rival. En la diada se
incluye el tercero y se agudiza el problema edípico, ya de por sí acentuado en
la adolescencia.
-
En lo manifiesto surge la complicidad; es como si yo
les hubiera abierto una página de mi intimidad y me lo agradecieran con nuevas
confidencias.
-
Identificación conmigo, identificación con la pareja, o
me hacen objeto de identificación con la propia madre.
Caso 1
S.S. Varón de catorce años.
Una hermana de doce. Lleva siete meses en psicoterapia cuando se produce mi
embarazo. Acude a consulta por los problemas que causa su hermetismo y
agresividad incontrolada en casa.
Cumpliéndose el tercer mes de
la gestación se agudiza su crisis, exteriorizando más su angustia, lo que va
unido a una mayor colaboración e interés por las sesiones. Poco a poco va
remontando, y más relajado al cabo de dos meses y medio, me plantea: “... ahora
tengo otro rollo con la ropa, no le doy tanto valor... por cierto, ¿de cuánto
estás? ... me pareció que llevabas trajes anchos, no lo imaginaba, te creía más
joven, con 23 ó 24 años, la carrera acabada hace 2 ó 3, no madre de familia...
“subyace la fantasía sexual conmigo negando mi papel de madre. Perseguir a la
madre evitando el tabú; yo joven, puedo ser su pareja, si me desea a mí
“vieja”, desea a la madre. Intenta evitar lo sagrado. Se despierta una
ambivalencia; se siente más contenido por mí como madre al vivirme más fuerte,
pero pierde a la compañera que sentía más accesible.
Surgen más temas cotidianos
que antes le costaba traer. En casa mejoran las cosas. ¿Traslada a sesión los
conflictos afectivos?
“... ¿de cuántos meses? Mi
perra tiene seis...” En un nuevo intento de acercamiento menos comprometido, se
identifica conmigo, él tiene su bebé.
Sigue a mejoría después del
parto, sin embargo este paciente genera después defensas obsesivas. Existe
reactivamente idéntico mal amanejo de la agresión. Acto obsesivo como
reproducción de lo prohibido.
Caso 2
I.B. Varón de 15 años. Segundo
de tres hermanas y un hermano. Cuatro meses en psicoterapia. Motivo de
consulta: problemas psicosomáticos, asma, alergias, dispepsias...
Al cuarto mes de embarazo,
cuando salimos de sesión, con el deseo de que el tema no sea tratado en
profundidad, pregunta señalando ¿el traje o mi tripa?” ...¿y esto?...”
Confirmado el embarazo, me da unos golpecitos en la espalda diciendo “Que vaya
todo bien...”
La rivalidad y los celos que
le despierta, los maneja con humor y desenfado “...¿qué tal el cacharro ese?
¡Huy! El cacharro...” (Alusión al pene. Identificación con el varón preñador).
Otro día “¿Qué tal el «asunto»? ... a mi madre la ví con «asunto» tres veces,
yo tenía dos años y medio, seis y nueve. Yo quería un hermano, tanta mujer...”
La agresión se transparenta a
través de reparaciones: “Que no te pase nada, claro, que no tiene por qué
pasar...” Siente peligrar su puesto conmigo: “Siempre se siente predilección
por el último... ¡aunque nos quieren igual!” Huellas preedípicas que han
sufrido traducción.
En verano está especialmente
mimoso con el padre. Ligera regresión en la que opta por una figura más segura
¡no hay riesgo de que surjan “asuntos”! Conmigo parece optar por hacerse mayor,
mi “colega”. “...¿tienes régimen? Creí que se tomaba comida especial” –semen-.
“Es el mismo mes que nació mi hermano. Se llevará 8 años y 3 semanas con él...”
lo que le remite al momento de la concepción, después de obviar que él, a su
ves, se lleva 8 años con el hermano (desplazamiento). Escena primaria: “Así que
hecho en febrero... A veces hay sentimientos que no se controlan...” ¿Los suyos
hacía mí, o los míos por haberme permitido quedar embarazada? Ya no soy pura y
él puede permitirse transgresiones. “...Asco depende de qué y cómo (alusión a
los aspectos pregenitales). Casado no da asco “Asco equivalente a pecado, deseo
de ser “asqueroso” –en el sentido etimológico de la palabra-, si la ley lo
permite. Tentación de la masturbación prohibida por el fantasma edípico
culpabilizante que comporta.
“Me sientan fatal las manzanas
desde hace 6 ó 7 años”. Pecado original le he mostrado que no soy pura. “Del
discurso de mi padre [4]
hace 8 años y eso tiene siete meses y medio...” Angustia de castración
simbólica, revive la prohibición de incesto. “A los 9 empecé a llevar gafas,
ataque de alergia a la mañana siguiente...” Posibilidad de ver mejor y miedo a
lo que ve.
Hace juegos de palabras entre
“parto”, “partir” y “parida-tontería”. Banaliza con el humor la ansiedad de mi
partida y la degrada a la condición de “parida” y no de tragedia. Como dice
R.A. Heinlein [5], “Los seres
humanos se ríen porque algo lastima... porque es el único medio para
interrumpir el dolor que sufren”, gran victoria narcisista, los traumas
externos no afectan al Yo. “Es el triunfo del principio del placer” (S. Freud:
“Humor”. T.3, Biblioteca Nueva). Después del parto, podrá exteriorizar –con
humor-, sus fantasías sobre mi sexualidad en ejercicio.
Caso 3
J. R. Varón de 16 años. Una
hermana de 20. Dieciséis meses en tratamiento que inició a raíz de un primer
brote de esquizofrenia paranoide. Madre sobreprotectora, abuela materna muy
dominante y padre pasivo con el que desearía identificarse, pero hacia el que
siente una mezcla de desprecio y agresión, única manera de hacerlo presente, ya
que es su ausencia una de las causas del dominio matriarcal.
Consigue aprobar todo el curso
en junio; la flexibilidad y lo espontáneo va ocupando el lugar de la rigidez a
la que sus crisis le habían llevado.
Desde su diagnóstico, me
propongo aprovechar la ocasión que nos brinda mi preñez para trabajar aspectos
como el terror a su propio sadismo, reforzar su mundo simbólico,... enfocando
la oralidad como relación estructurante privilegiada que le permitirá la
introyección de nuevas situaciones. Se acerca el verano. A pesar de ser patente
mi estado, no ha comentado nada al respecto. No considero conveniente su marcha
de vacaciones con un “equipaje” tan cargado de negación, de manera que, tras la
euforia por el triunfo en los exámenes, le comento un día:
-
“Me sorprende que no hayas notado nada en mí...”
-
- (Hace un gesto con la mano, dibujando sobre sí mismo
la curva del embarazo) “¡enhorabuena! lo había notado ya, pero me parecía
indiscreto meterme en tu vida...” No “meterla”, sino “meterse”, se traslucen
fantasías de retorno al seno materno.
Comienza a buscar nombres para
el pequeño, su propio nombre, aprender a ser quien es a través del futuro bebé;
es la identificación masiva. Yo le he dado cuenta de un “misterio”, y él,
confiado, acepta compartirlo conmigo aunque desde la condición infantil. Hace
una condensación sí mismo-madre y todos los nombres que me sugiere son
femeninos (el mío, el de su hermana...) evitando la competencia más directa y
proyectando su idea de que se comprende más al hijo del propio sexo “si yo
tuviera un hijo, querría un niño...”, varón que no le invada su espacio...
“Uno de mi clase va a tener un
hijo...”, comenta en un alarde de omnipotencia. Su miedo el abandono lo reviste
de una forzada madurez:
“¿Qué tal? ¿te molesta?
...¿para cuándo es? ...me apetece desenvolverme sin necesidad de nadie.
Necesito depender de mí mismo”. Miedo a ser tragado por mí, a quien teme y
desea, recordemos sus experiencias negativas con la madre-abuela.
Ahora pasa a cuidarme él a mí:
“tendrás que hacer ejercicios. Te voy a regalar un cuadro para el bebé”. Se
identifica conmigo, es la manera de tener un hijo paralelamente. Darme un cuadro
es, sincréticamente, tener un hijo y tenerlo conmigo.
Al hablar de la angustia que
le levanta esta nueva etapa, utiliza la denegación: “...no quiero angustiarte a
tí...”
Caso 4
A.A. Mujer de 16 años. Dos
hermanos varones de 10 y 12, de los que ella se ocupa desde que murió el padre
hace dos años. La madre fue ingresada por alcoholismo y adición a barbitúricos poco después de su último parto,
desde entonces sólo puede encargarse de ellos durante cortos períodos de
tiempo. Veamos distintos aspectos que confluyen:
-
Siempre estuvo rodeada de inestabilidad: cambios de
colegios cada dos años, distintas casas, distintos tíos que ocasionalmente se
hacen cargo de los tres hermanos...
-
- Seis meses antes de mi embarazo, un hermano del padre
la trae a consulta alegando problemas de estudios.
-
- Al finalizar el curso, se impone por primera vez la
separación de los tres hermanos.
-
Por último, nuestro espacio terapéutico, que vivía como
algo propio y estable, también se modifica. En el quinto mes de embarazo no ha
planteado nada sobre él y opto por abordarlo yo al valorarlo como una nueva
intrusión y distorsión de su espacio imaginario, que esta vez necesitaría ser
analizado.
“¡Qué alegría! Si es verdad,
se te nota...” Es quizás la primera vez que se siente informada de
acontecimientos que la añaden directamente.
“Siempre he pensado que yo
nunca seré madre, me da mucho miedo, no aguanto el dolor, ni que me quiten una
muela...” Reacciona identificándose conmigo.
“Me hubiese gustado tener más
hermanos, una gran familia, un hermano mayor y otra de quince”. Sigue
reservándose el lugar de la hermana mayor, adjudicándose las responsabilidades
que desearía ceder otorgándome el papel de (su) madre. “Una madre psicóloga da
más confianza, sobre todo a una chica...”
“Cuando veo algún embarazo,
pienso si será el primero, el segundo..” En su familia, los lugares están muy
definidos: la mayor se hace cargo de la responsabilidad, el segundo de la
faceta intelectual y el pequeño de la lúdica.
Hacia su madre siempre tuvo
una actitud muy protectora, y contra el pronóstico de los médicos que la
atienden, siempre espera “poderla sacar de allí y que se ponga mejor...” Bordea
peligrosamente el papel de madre sin haber aprendido el de hija. “De los
embarazos de mi madre no me acuerdo de nada, con J. tuvo que ingresar un mes
antes del parto y yo me fui con mi tía” (denegación).
En octubre, fecha de mi parto,
se efectúa el cambio de hogar, ahora ella es la pequeña, su prima es mayor y
tiene novio. Va adaptándose a esta nueva familia en que “me tratan con afecto,
es la primera vez que no me tienen lástima...”
Esta reubicación marca el
final de la psicoterapia.
Abordemos ahora otro extremo
de la vida...
Las “abuelas”
Observo, en general, poca
movilización.
Caso 5
S.P. Mujer de 62 años. Cuatro
en análisis. Histeria. Tres hijos con los que se siente frustrada, dos nietos
que le despiertan grandes ambivalencias.
Antes de “nombrar” mi
embarazo, comenta “la cantidad de veces que he soñado con un bebé al que no
atendía..” Probable expresión de temor a que deje de atenderla a ella por
atender a mi bebé. “Mi hija no se casará, ni vivirá conmigo por vivir con su
amiga, no tienen ganas de novio, no estoy contenta de que no tenga hijos...”,
de que no le de el nieto que yo podría darle...
En el sexto mes de embarazo,
pregunta:
“¿Estás esperando?...
¡enhorabuena!...” Es fundamentalmente su identificación conmigo y los problemas
de su maternidad lo que provoca el conflicto ante la visión del nuevo hijo.
En esta época, tiene sueños
con su primer novio y dice arrepentirse de haberse casado con su marido. Es una
evocación de fantasías eróticas.
Al terminar las sesiones, más
sonriente, siempre preguntará por el embarazo; durante las mismas le resultaría
más doloroso por lo que de irreversible tienen los aspectos que podría
evocarla.
Caso 6
C.M. Mujer de 59 años. Un año
de psicoterapia que se inició por una crisis depresiva al abandonarla el marido
a los 34 años de matrimonio. Son tres hermanos, tiene dos hijas y tres nietos.
Ya al principio del cuarto
mes, me pregunta si espero un bebé. “Yo tengo muy buenos recuerdos, nacieron
muy bien en casa...
Desde su maternidad cumplida,
hay más protección y serenidad que envidia.
Neurosis en hombres
Maternidad como encrucijada
interpretativa. ¿Es el embarazo hecho por el propio paciente a la terapeuta?
Perversión-seducción desde la identificación-rivalidad con el varón preñador,
¿o es el cumplimiento de una fantasía perversa – Edipo-¿
Identificación-rivalidad con el hijo. Ambas posturas no son excluyentes, la
elección pasa por distintos momentos, se ama a la madre nutricia y al hombre
protector.
Para Ferenczi, la
transferencia pasa por la relación maternal. Es más una relación diádica en la
que la seducción ocupa un lugar privilegiado. En Freud observamos, sin embargo,
como lo transferencial discurre por la ley del padre, es el reinado de la
fantasía y de la relación triádica.
Surgen las fantasías de
infidelidad. Como decíamos, de alguna manera se ha roto un tabú. Se intenta
imponer al analista la regla de abstinencia exterior desde el interior del
espacio terapéutico. “Si conmigo no puede ser, con ninguno”. Evoca algunas
prohibiciones religiosas que, careciendo de fundamento, solo parecen tener
sentido para los que viven bajo su imperio. Yo, como tótem, debo permanecer
pura, al violar la ley, cosa que ellos no se permitieron, nace el deseo de
“castigarme”, lo que les permitiría –en lo imaginario-, cometer el mismo acto
impuro en forma encubierta. Pero al tótem no se le debe agredir, y la
existencia previa de este tabú, provocará eventuales sensaciones de
culpabilidad, conciencia de culpa basada en impulsos y sentimientos jamás
actuados; realidad psíquica que se impone desde la neurosis.
Caso 7
P.P. Varón de 44 años, cuatro
de análisis. Patología muy cronificada (N. de angustia límite). Hijo único ,
los padres siempre durmieron en distintas habitaciones, compartiendo el
paciente la cama con la madre hasta los diez años. El padre murió hace 12,
conflictiva edípica en toda su desnudez.
Siempre rechazó las
interpretaciones transferenciales, no reconociendo nunca fantasías de ningún
tipo conmigo.
En mayo recojo los siguientes
comentarios: “Tuve un sueño en el que coinciden dos pacientes a la misma hora”
¿el bebé con el que debe compartir la sesión?
“Si me caso, tendría un hijo,
como no estaré enamorado, así tendré algo, y si no le va bien, al psicólogo. De
querer a alguien, sólo podría ser a un hijo mío”. Yo no puedo quererle a él si
no es mi hijo. Se siente engañado, abandonado, pero insiste en la ausencia de
fantasías sobre mí, negando afectos de cualquier signo” ...nada, qué voy a
sentir, yo hablo de mi vida mientras los demás...”: él habla, yo actúo. Lo que
sí admite, es estar “más tenso y agresivo que nunca...”
“Contigo ya estoy resignado a
no ser el único, pero sigo cabreado”. Referencias a mi futura maternidad, nunca
nombrada directamente. “La paternidad no me da envidia, ¡vaya hijos iban a
salir!...”Contradiciéndose con lo que recogimos anteriormente.
Acariciando una ruedecita de
mi mesa con la que siempre juguetea: “Lo único que me es fiel...” Fetiche que
le protege frente a mi amenaza de castración. “Me encariño con las cosas” Las
personas no ofrecen fidelidad incondicional. “Todas sois unas putas...” su
madre , yo...
A la vuelta del verano,
consigue por primera vez en once años dejar la medicación, aunque se ve sumiso
y le molesta. “El año que te organicé follones estaba mejor...” Es como un niño
enrabietado, es consciente de ello, pero “quiero la juventud que no viví, no
quiero crecer... me siento infantil” No tengo ganas de estar con mi madre, me
trata como un crío, pero sin ella me angustio...” Es lo mismo que le ocurre
conmigo, “Me siento desvalido y voy con quien me protege, pero cuando dejo de
someterme se arma...” Tiene grandes explosiones de agresividad de las que él
mismo se asusta, buscando contenedores de la misma.
“Es posible que traigas un
desgraciado al mundo, lo veo desde mi prisma... si yo no hubiera nacido...”
Ahora se identifica con el hijo.
Diez días antes de que yo lo
haga y retorna a su madre que sí le es fiel. Volverá a raíz de una gran crisis
de angustia al cabo de año y medio, momento en el que, al fin, puede
exteriorizar los impulsos prohibidos, encubiertos antes por los hostiles y
sádicos.
Caso 8
A. F. Varón de 32 años, dos en
análisis. Un hermano cuatro años mayor. Hipocondría.
“Me sorprendió verte de
pre-mamá, tendrás más gente para atender, menos a mí... todo el mundo folla,
sexo por todos lados...” Sin negar ni confirmar mi estado, le dejo jugar con la
fantasía...
Cuando la evidencia no deja ya
lugar a duda., “Enhorabuena, me da envidia. Te veo la víctima, entregas más de
lo que recibes. Yo vengo y me tienes que aguantar”. Envidia y se identifica con
el padre (identificación con el agresor), personaje “frío y chulo” en su
versión.
Otro día: “Estás guapa, te va
la maternidad. Soñé contigo un sueño –s-, creo que me lo pides tú”. Es su
primer sueño sexual conmigo; mi actividad sexual plasmada en este embarazo,
afloja las defensas de sus fantasías transferenciales.
“A mi madre la mataría por
puta, me abraza a mí, pero se encama con mi padre...” Tras un señalamiento mío,
en un doble juego de desplazamientos, expresa su agresividad hacia mí:
“...darte una patada en la tripa...”, asustándose y rectificando inmediatamente
“es una expresión muy mía, es que me jode que todas estéis pensando en lo
mismo, bueno, menos mi madre...” a la que hace “víctima” (de ahí que a mí me
percibiera también como a tal) del padre para preservarla pura.
“nunca estuve con una tía para
que yo fuera el primero, no quería sentirme culpable, siempre lo ví como un
delito”
A la vuelta del verano llega
tarde (media hora) a sesión por primera vez. ¿Posible respuesta a mi abandono?
Plantea:
“Estás muy guapa, atractiva.
Reacciono como un animal cuando veo la entrega de mi novia”. Idealiza en mí la
maternidad volcando en su pareja toda la agresividad contenida.
Refiriéndose a mi ausencia por
el parto, racionaliza: “Esto es un deber (sagrado), en vacaciones era irte de
cachondeo. Me cabrean los veranos, tú a divertirte y yo jodido. Este año es
distinto, lo vivo como consecuencia de una relación estable (insiste en su
necesidad de “justificarme”). Me da envidia, a mi niño no podría decirle que yo
era el único, por donde él salió, entraron otros tíos...” (escisión y
represión).
Neurosis en mujeres
Son los dos psicoanálisis en
los que menos se elaboró el embarazo. Veremos un doble juego de
identificaciones conmigo y con el feto, primando la primera por el fantasma de
sus propias vivencias (dos hijos cada una de ellas).
En los dos casos que presento,
hay una sensación de maternidad no concluida, lo que hace despertar hacia mí
sentimientos de envidia. Envida que veríamos con Lacan como arquetipo de los
sentimientos sociales, “la genèse même de la socilité” [6].
De la segregación surge la fraternidad, volcando la agresión hacia el objeto
envidiado, puede permitirse un mayor despliegue de amor en su entorno, como
veremos más adelante.
Los últimos meses de mi
embarazo, coincidirán con episodios de bulimia (pseudoembarazos) en las dos
pacientes. El hecho de que ambas tuvieran abortos espontáneos previos a su
maternidad y, en uno de los casos otros dos posteriores, me lleva a pensar que
las fantasías de muerte del feto debieron estar presentes, aunque nunca fueron
verbalizadas. La bulimia como acto de devorar.
Caso 9
Ch. P. Mujer de 30 años, 16
meses en análisis. Un hermano mayor y dos hijas. Separada, sin pareja en esta
época. Un aborto espontáneo y dos provocados. Personalidad explosivo-bloqueada.
Me sorprende la rapidez con
que capta mi nuevo estado, en el tercer mes “¿todo bien...?” “Ver amigas
embarazadas me moviliza... recuerdo mis cesáreas, tengo ganas de tener un parto
«normal»...” parecería que su vagina es un lugar de muerte, la vida no pasa a
su través... “Amigas”: vemos una vez más como la mostración de datos sobre la
intimidad de la analista, es utilizada para intentar una aproximación personal
hacia ella. Al terminar las sesiones, siempre hace alguna referencia sobre el
tema: “tenemos que hablar, me mueve cosas...”, pero cuando se lo señalo en su
análisis solo lo roza superficialmente “me gustaría tener un hijo varón, es un
reto...”
Hasta el séptimo mes, su
evolución es bastante favorable, se muestra más sociable y relajada en sus
relaciones. Será la llegada de su madre de Argentina, lo que reavive escenas
infantiles que, unidas al material evocado y reprimido ante mi preñe, provoquen
en ella una ligera regresión y un episodio de bulimia para el que me pide
(siendo en principio contraria a cualquier tipo de medicación), “pastillas”;
pastilla, que debería recetarle mi pareja, médico y varón fértil. ¿Qué nos
pide, ser inseminada o ser protegida contra una inseminación con las
“pastillas”? En cualquier caso, no veo oportuno medicarla y la bulimia
desaparecerá una vez analizada, siendo sucedida por un hecho al que ella no
dará ninguna importancia (se afeita el pubis), considerándolo como algo cómodo
y natural, en estas circunstancias, no puedo por menos de unirlo al afeitado
que suele preceder a los partos y a su deseo de volver a la condición infantil.
Caso 10
H.P. Mujer de 31 años. 19
meses en análisis. Hija única. Padre desconocido, su madre ejerció la
prostitución. Casada, dos hijos precedidos por un aborto espontáneo. Núcleo
confusional; personalidad fóbica. Mala relación con la madre, a la que se
aferra como único referente familiar, obstinánfdose en crear una relación
imposible.
La incidencia de mi embarazo
en la evolución del tratamiento me parece clara, pero nunca fue verbalizada
directamente. El super-yo se va a relajar, aunque un día dirá: “No puedo
imaginar a una mujer fina en la cama, por ejemplo a tí, tu imagen se iría al
tacho...” es un gran alarde de negación, mi estado evidencia que, o yo soy tan
puta como ella, o ella es menos puta de lo que cree. Pero una vez elaborado el
duelo por la pérdida del objeto ideal, e internalizado volcará su amor a otros
objetos externos, percibiéndose con claridad un crecimiento que le permitirá
expresar “empiezo a tener cosas mías...”
Lo pasa mal en los momentos en
los que se identifica conmigo, vive situaciones de envidia y “me regocijo en
estar mal, engordo y como más...” Por el contrario, cuando me deja el papel de
madre protectora –la percibo contratransferencialmente como un gran bebé-, se
siente más protegida y segura, tomando fuerzas para, entre otras cosas, llevar
adelante una historia afectiva a la que anteriormente hubiera renunciado.
Un caso limite y
dos psicosis
Regresión, como diría
Ferenczi, como experiencia emocional correctiva a la ternura materna. Para
Freud sería algo que tiene lugar en la cura analítica sin la participación
activa del terapeuta, en este caso, mi participación, aunque involuntaria, es
evidente.
Surgirán fantasías de retorno
al seno materno (hacer con el cuerpo lo que no se puede con el pene); así, M.C.
(C. 13) nos dirá cómo le “parece pecado tocar la barriga, me gustaría quedarme
dentro...” Con dos de estos pacientes, abordo ocasionalmente un nuevo elemento
en el análisis: el tacto. El tacto, indefectiblemente unido al proceso de
individuación, en este caso (M.C.) al servicio de lo Real, rompiendo el
alejamiento autista al que le hacía dirigirse su narcisismo. Con M.J. (C.11)
será distinto, el hecho de “tocar la tripa” tiene que ver más con la
recuperación de huellas mnémicas ante el estímulo, ya que tiene un sí mismo
corporal bien establecido. Desvelamos el deseo infantil (tocar el vientre
materno) junto con las fantasías que ocultaba (regresiones tópica y temporal
respectivamente).
Caso 11
M. J. Mujer de 31 años. Nueve
hermanos de los que ella ocupa el tercer lugar. Llegó a mí diagnosticada de
histeria, pero pronto se vio que era la superestructura defensiva que, desde un
y muy débil, la permitía mantenerse conectada con el exterior.
Después de una primera etapa
de un año, en la que trabajamos fundamentalmente con transferencia negativa, se
interrumpe el análisis durante dos años, al cabo de los cuales vuelve con una
mezcla de ilusión y miedo ante la sensación de que su cuerpo va despertando, su
cuerpo al que siempre vivió como independiente de sí misma y con el que ahora
se identifica.
Recomenzamos en el segundo mes
de embarazo mientras surgen insistentemente los emergentes corporales:
“Mi cuerpo me está dando asco
últimamente... me da miedo tocarme, ante me angustiaba, era distinto... no me
electriza nada, soy una masa informe...” Poco a poco, toda la aversión y el
temor que le producen sus nuevas vivencias se van transformando: “Me descubrí
una coquetería inusitada...”
Ya en el sexto mes de
embarazo, se suman a sus propias sensaciones las despertadas por mi cuerpo en
evolución.
“Necesitaba decirte que me
ayudes, lo pensaba pero te clavaba un puñal aquí (señala el esternón), y sé que
no lo haría. Estás embarazada, ¿no?... A veces hablar es como atravesar una
plancha negra, pensé salir de tu tripa...” Contratransferencialmente, yo en
alguna medida, también sentía haberla dado a luz. Se cortó el cordón umbilical
y comenzó a alimentarse del afuera. Continúa... “A mi madre también le quería
clavar un puñal, quería que me dijera algo, pero ella se reía de mí... me hacia
ilusión verla con tripa, me hubiera encantado tocarla, ver cómo se mueve (¡en
presente!), pero era tan antipática... Una vez que mi padre estaba de viaje
teniendo ella “bombo”, rifamos su cama entre los hermanos, pero no me tocó...”
Recogí más adelante este
material y la animé a tocarme la tripa en una sesión. El pequeño estuvo
oportuno y la obsequió con una buena serie de patadas. A partir de aquí, se
abrieron paso las asociaciones sobre su propia maternidad. Al ofrecerle mi
vientre la muestro confianza, esto permite que se disipen los temores que le
provoca su agresividad; es como si siempre hubiera percibido su violencia más
auténtica que su ternura y ahora hubiéramos conseguido desmitificar aquella. Se
reconcilia consigo misma y puede, entonces, identificarse conmigo, lo que supone
una movilización general de toda su estructura, nuevos desplazamientos del
deseo...
“Qué ilusión, una personita
dentro... siempre me ponía barrigas y amamantaba muñecos de pequeña...” Y surge
inevitablemente el miedo: “¿le destrozaría fuera? Le encerraría para que nadie
le influyera, que no le hicieran daño..”
Una vez trabajada la envidia
(simbolizada en ese puñal que me clava”saldría el niño ¡qué vergüenza!”) y el
abandono (“necesitarás meses para recuperarte...” ríe mientras fantasea un
terapeuta masculino que me sustituiría –el padre- ... repetición en su fantasía
de la madre abandónica), aparece lo afectivo (“escucharme es quererme...”),
precipitando en cascada una serie de progresos. Va afirmándose (“no querría
tener un hijo ahora, pero no abandono la idea de tenerlo algún día...”, ganando
seguridad (“por primera vez trato con la gente...”, separándose de mí (“por
primera vez me hablé a mí misma, antes te hablaba a tí al pensar...”) y
recuperándome como alguien exterior a ella (“siento que te vayas en
agosto...”), lo mismo que a su madre (“nos llevamos mucho mejor...”). Llegó el
verano, al despedirse me abrazó diciendo. “¿puedo tocar? (la tripa)...
Siete días después de que yo
diera a luz, dejó a la secretaria una breve carta para mí:
“querida Isabel: lo primero,
quiero darte la enhorabuena, espero que estarás bien, sinceramente. También
quiero decirte una cosa, necesito contárselo a alguien, ya tengo todas las
piezas. Todo parece un sueño. Gracias y recuerdos”.
Nos vimos todavía unos meses
para elaborar mi parto y nuestra separación, después de lo cual, se integró en
un grupo terapéutico en el que continúa su proceso de crecimiento.
Caso 12
M. A. Varón. Esquizofrenia
paranoide. Comienza la terapia en mi tercer mes de embarazo. Huérfano de madre
desde los cuatro años, ocho hermanos internos hasta la pubertad, de los que el
padre apenas se ocupa y una abuela que se fue de casa. Estudios: formación
profesional. Crece en un ambiente sexualizado y agresivo, en el que tendrán
lugar las perversiones por las que más tarde se sentirá perseguido.
En un mes de tratamiento,
desaparecen los síntomas más floridos “...las voces ya no me dominan... se me
han ido los golpes, ahora estoy cansado, frustrado por no trabajar...” “Me
aburro más que antes que tenía más dolores y estaba más somnoliento...” Se
patentiza el vacío que la sintomatología trataba de cubrir.
Un mes más y me pregunta
“¿estás embarazada?” ante mi respuesta afirmativa, fantasea” ...tendré que
cambiar de terapeuta, contar otra vez mi rollo ¡me muero!... o si no, das a
luz, y cuando el niño necesite menos lactancia, que tome biberones, vuelvo a
venir”. Me sorprende con este pragmatismo que señala mi abandono, real pero
temporal.
En la siguiente sesión, me
plantea que no ha desayunado, “para no engordar”.
Vuelve de nuevo a sentir que
otra persona se revela dentro de él con pensamientos obscenos, sin duda
reavivados por lo que mi preñez implica. Pero no quiere abordar directamente el
tema, aunque habla de sueños bonitos en los que él es el héroe.
Le percibo triste, me lo
confirma y añade “es verdad, hace mucho que no hablo con la gente, no planteo
cosas... estoy muy vacío desde que se fueron las voces... otros hablan de cosas
obscenas sin problemas, para mí sería malo porque he vivido muchas
obscenidades...” (“Me siento un inútil, no he nacido para vivir sino para lo
que me manden. Veo a la gente superior a mí, tienen estudios...”) y lo más
bello de sí mismo (“Hay algo en mí fuerte y grande, sale en mis sueños, en
ellos patino muy bien...”)
Es demasiado lo que moviliza y
resurgirán con fuerza sus defensas esquizoides “No salgo satisfecho de aquí,
pero no te voy a exigir...” acompañadas de la sintomatología que le trajo a la
terapia “...de nuevo los tirones como castigo. Recuerdan que hay que ir por el
camino estrecho”. Ya no vuelve a permitir que penetremos en su mundo interior,
lo único que conseguimos es instrumentalizar las defensas de manera que le
permitan desarrollar sus actividades con una “ficticia” normalidad, aunque, eso
sí, parece que llega el “inicio de mi imaginación”. Parece que tuvo éxito la
siembra, antes no tenía voluntad”.
Siento como si el niño que
llega hubiera actuado de catalizador, obligándole a madurar con excesiva
rapidez. Se aferra a su mejoría, “...todo arreglado, ahora lo que tengo son ganas
de trabajar, como todo parado...”, dejándome con una cierta frustración y el
temor de que los cimientos sobre los que hemos edificado sean demasiado débiles
y no soporten mucho tiempo esta aparente mejoría.
La “casualidad” hace que el
curso de electricidad que piensa realizar comience un mes antes de mi parto y
le sirva de pretexto para abandonar el tratamiento. En la última sesión me
trajo la siguiente “pesadilla que me preparé para contártela: iba en un coche y
metía primera, segunda, tercera, cuarta... entonces me paró un guardia. Era la
primera vez que conducía...
-
¿por qué no lleva el 80?
-
Este señor está cansado, lo cogí para evitar un
accidente.
El guardia se puso muy
pesado... ¡a que le pego!, pensé. Me cabreé, luego unos perros me mordían...”
¿No es acaso él mismo quien se
pone freno (el guardia)?
¿Seré yo el “señor cansado”
(su madre murió de una embolia después de tener ocho hijos sin descanso) al que
quiere proteger? Las incógnitas que planteó este sueño, nunca pudimos
desvelarlas, me lo trajo como regalo de despedida y no quiso que lo
desenvolviéramos juntos.
Caso 13
M. C. Varón de 33 años. Dos
años y medio en análisis. Esquizofrenia paranoide. Mayor de cuatro hermanos.
En aquellos momentos estaba
elaborando y reconociendo el miedo que le provocaría el cariño del padre. Será
después de una sesión en la que exterioriza su atracción sexual hacia mí cuando
me pregunta si mi vestido es de pre-mamá. Posteriormente planteará
omnipotentemente: “Un día siento atracción hacía tí y te quedas embarazada...”
Por el momento no le confirmo mi estado, llevándole a fantasear con el tema lo
que nos permitirá trabajarlo inicialmente con más distancia...” Me angustiará
que tuvieras un niño. Se me ocurre que yo soy el padre (ese desconocido). Si lo
fuera, sentiría mucha responsabilidad, creo que N. (mi pareja), no ésta
capacitado para serlo” (actitud envidiosa). Al salir de esta sesión se
masturbará en un intento narcisístico de mostrarse a sí mismo que sí es capaz.
Unos días más tarde, comenta
“...mira qué tripa tengo ... ¿qué tendré dentro?” Su narcisismo sigue
exigiéndole ser protagonista, lo que consigue identificándose ahora conmigo.
Una vez confirmado mi embarazo, habla de lo que tenemos en nuestras “tripas”...
“En la mía tengo sentimientos... imagino que mato todo lo que tengo dentro...
matar a tu niño...” Después de calmar su temor a ser desplazado por el bebé,
puede sentirme de nuevo como madre... “Me gustaría tener un hermano, un hermano
sano (los suyos tienen todos problemas psicopatológicos). “Mi madre solo puede
querer a uno y a mí no me toca... Ser padre, hermano, incesto, qué follón... mi
padre no se ocupa de mi madre” (Siente que es obligado a ocupar su lugar...)
Una tras otra, las fantasías
infantiles se van sucediendo, como esta en la que expresa su deseo de ser él
hijo que llevo dentro” ...querría que se llamase M. (su propio nombre)...
claro, que como no soy el padre...”
“He tocado techo. Quiero
romper la habitación (gran útero) y salir al exterior... ¿me encontraré con
Gulliver?...” Se imagina alternativamente fuera y dentro de mí, “bruja, te veía
follando con todo el mundo...”, con fantasías de devoración “imaginé que me
tragabas...”
“En tu tripa estaría preso,
oscuro... en eso, igual que con mi madre, pero tú mandas a tus hijos buenas
vibraciones...”
Divalencia siempre presente...
“me das asco, pensé en tu niño, le acariciaba, luego le daba un hachazo...” y
fantasías pregenitales, asexuadas... “como si te pudiera embarazar con la
palabra. Tú eres un medio, pongo la semilla, nace y me lo das...” Aparece la
agresión que necesitó encubrir antaño (“cuando nació mi hermano le regalé un
soldaditos para hacerme el bueno...”): “a veces, pensé que abortabas...”, lo
que da paso, poco a poco, a la reconciliación: “ahora siento que, aunque nazca,
no me abandonarás...”
Ese verano, se acostó en una
ocasión con una mujer... “no sentí nada...”, hacía tres años que no tenía
ninguna relación. Vuelve con mucha agresión hacia mí.
Actúa y se siente en simbiosis
conmigo... “como si fuéramos a parir los dos al mismo tiempo...”, aferrándose a
lo mágico... “te miro y te desembarazo...”, huyendo de la realidad...”
...¿notar cómo se mueve? ¡no!, sería sentir la vida, podría cogerle cariño (y
llora)... no es un rival, pero tengo que diferenciarlo de mi hermana...”
El bebé se va materializando
“... me voy mentalizando de que ese niño existe y te voy diferenciando de mi
madre...”
Para consolidar este paso, en
una sesión, le sugiero tocar la tripa y siente moverse al pequeño...” me ayudó
que me hicieras ver a tu niño como algo concreto”. Pasa un episodio de
gastritis (siempre el vientre) y comienza a plantear algo nuevo: el parto. “Tu
parto es cruel... cruel el hecho de parir, el que yo te vea embarazada, que me
abandones... como si el niño o la niña fuera yo. Es cruel que siendo tú masculina,
des a luz un niño...” Cruel que yo le falle como figura materna...
Con omnipotencia, plantea: “Tú
vas a parir un hijo, pero es como si yo te fuera a parir a tí (y conmigo su
locura)... se va mi locura, y a mi locura la quiero...” Lo que hace que se
abran paso nuevas sensaciones... “tengo miedo, no lo conocía, antes era
angustia...” Continúan perfilándose cada vez con más claridad los contornos de
los objetos que le rodean...
Periódicamente vuelven los
sentimientos de simbiosis, “Es como si nos hubiéramos embarazado mutuamente,
con la presencia, la mirada...” aunque consigue irse desembarazando de
fantasmas internos”, “ayer veía a mi madre en casa, y no dentro de mí”. Va
saliendo de la “rigidez”, según sus propias palabras, y expresándome su agresión...
Si yo le abandono, “tendré que empezar a hacer las cosas para mí, tengo que
pensar solo en mí, que den por culo a los demás... he dedicado a mi vida a
joder a mi madre”. Se despega reactivamente dándonos completamente la espalda,
como si necesitara coger fuerza de esta manera
Identificado ahora con el
bebé... “¿qué miedo estar ahí dentro y salir fuera... ¿cuándo nace? ... que sea
niño”, las niñas, a las que asimila a su hermana, le dan más miedo.
Ultima sesión, tres días antes
del parto: “me ha dado angustia verte. Me da miedo tu presencia, miedo sentir
lo que siento por tí. Me da pena no verte en unos días, que a lo mejor lo pasas
un poco mal... pero tú eres valiente. Me gustaría parir sin dolor...”
(ambivalencia).
Vuelvo a verle al cabo de un
mes. “Sentí que te salían globos, los pinchaba y estaban vacíos...”, deseo de
que el niño no exista, de que todo siga como antes, pero algo ha ocurrido y
siente que “hoy me miras más adulto...” Se siente más adulto al venir por las
tardes ya que va a empezar a trabajar... Exterioriza las fantasías de
destrucción: “pensé que tu hijo había muerto”, pero conforme surgen, van
uniéndose sus partes dispersas ... “tengo que recuperar los órganos que doné en
el Alonso Vega...” (Se trata de un hospital).
“Tienes el pecho más grande,
me gustaría mamar... no tengo ganas de agredir, estoy muerto de sentimientos de
culpa.. no sé qué es ser querido, por eso me da envidia tu hijo... me da
envidia que tú hayas podido tener el niño y yo esté todavía embarazado...
“Envidia que ahora puede verbalizar sin “actuarla”, lo que confirma su proceso
de socialización en desarrollo.
Al encontrarme un día por la
calle con l niño, le llevó un rato en brazos, allí se esfumó el fantasma que
compartió con nosotros la sesión durante tantos meses.
Hay un aspecto que late en el
fondo de todas las sensaciones recogidas, la herida narcisística provocada por
las rememoraciones que surgen a raíz de mi “abandono, que implica a su vez un
clivaje de la personalidad. Como dice Ferenczi: “Si en la situación analítica
el paciente se siente abandonado, puede ponerse a jugar consigo mismo
(autoclivaje narcisista). Convertido en niño, se muestra más y más exigente,
retarda la conciliación para evitar encontrarse solo o busca provocar el
castigo por nuestra parte” [7].
Las mayores muestras de sadismo, la agresividad menos censurada, viene
obviamente dirigida desde los cuadros más regresivos; a privilegiada situación
estructurante que nos brinda la oralidad nos permitirá instrumentalizar estos
sentimientos al servicio del proceso de individuación.
Desde la perspectiva que nos
ofrece Winnicot está situación nos recuerda al proceso ilusión-desilusión. En
los análisis que se encontraban en etapas más avanzadas, mi embarazo simbolizó
el destete que pronto iba a tener lugar. Algunos pacientes prolongarán la
“ilusión” volcando en objetos transicionales lo que despertaba en ellos el
objeto primitivo (se refugian en nuevos trabajos, estudios, adquisición de un
piso, recuperación de una hija...); otros, sufrirán una regresión, más o menos
duradera, que no siempre nos permitirá recuperar el material analítico como
potencial creador (se dan tres precoces interrupciones del tratamiento de las
que carecemos de seguimiento).
Lo que nos brinda la inclusión
de este tercero real, representante en el análisis del tercero imaginario es,
entre otras cosas, trabajar “en vivo”, más descarnadamente, la inclusión del
padre, la identificación con él, lo que consideramos con FREUD el primer
vínculo afectivo. El amor materno hace que se reconozca el privilegio sexual
del padre permitiendo el vínculo entre los hijos. Esta peculiar situación
transferencial, puede actuar incisivamente como elemento corrector de ese Edipo
mal elaborado o ayudar a forjar el inexistente. La construcción del padre, el
paso a lo simbólico, es una empresa que depende en gran medida de la madre. Es
ella la que preparando el terreno para una feliz finalización de la simbiosis
de la matriz originaria Ello-yo-objeto, permite una individuación adecuada, en
el sentido de M. Mahler.
La sintaxis diádica, la que se
establece entre la madre y el hijo es irracional, está sumida en las raíces de
lo imaginario, consta de elementos preverbales en un diálogo entre las
necesidades que provienen del nacimiento biológico y la empatía del objeto materno.
Es un diálogo heterogéneo, alienante; el orden simbólico, el padre, es la
primera salida.
La terapeuta embarazada,
muestra una parte de la historia arcaica, de la prehistoria, habría que decir y
se ofrece así al paciente como una condensación del pasado y el presente: es
capaz de producir vida arcaica, de ejemplificar en el embarazo el deseo
primordial suscitando así una fuerte envidia y a la vez, compartiendo algo de
éste, mostrándolo e instaurándolo en el orden del discurso, encarna lo
instituido simbólico y coloca también al paciente de este lado una vez que como
Eneas, ha visitado previamente los infiernos para descubrir en ellos los Campos
Eliseos.
En psicoterapia de orientación
psicoanalítica, así como en el mismo psicoanálisis, el embarazo es un lugar de
depositaciones de fantasmas. El mismo acontecimiento puede ser utilizado como
criterio de evolución del momento terapéutico de los pacientes.
Como era de imaginar, también
el tipo de diagnóstico está en relación con la calidad de las fantasías que
surgen. En la adolescencia, resulta simultáneamente siniestro y atractivo. La
identidad del yo, frágilmente construida, impele frecuentemente a la negación.
En los casos de neurosis
estudiados, la realidad del otro, la presencia del padre es más patente. La
presencia se hace física por el juego de identificaciones con la terapeuta y de
fantasías de transgresión. Finalmente, en la psicosis activa los aspectos
simbióticos, de identificación con el feto, siendo difícil (salvo en la magia),
construir la figura paterna.
En cualquier caso, el embarazo
es un suceso felizmente incorporable en el análisis.
[1] Trabajo
presentado en el IV Simposio Internacional ISBN SINA COLLOMB (Túnez, Abril 87)
[3] S. Freud:
“Tótem y tabú”
[4] Se defendió de
un chaval mayor que en los lavabos quiso abusar sexualmente de él, y le rompió
la nariz. El padre, sin saber la causa de esta respuesta agresiva, hizo un gran
alegato a la no violencia. Así se desencadenó una larga historia de represiones
y somatizaciones.
[5]
“Forastero en tierra extraña”. T.I., Biblioteca de Ciencia Ficción, Ed. Orbis.
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